Feria del Libro

Embarrándome en mi sesgada visión, emitiré algunos criterios que no buscan herir las sensibilidades de nadie, ni tampoco pretenden mellar los esfuerzos de ninguno. Se dice siempre que es más fácil criticar y seguramente los que lo dicen tienen su razón, Al final de cuentas, todos queremos que el pan salga de nuestra propia receta.

Una feria del libro como la que se dio en Cochabamba y que afortunadamente terminó hace algunos días, fue el motivo para que algunas personas se dieran “cita” al encuentro con las letras, pero la gran mayoría de los que habitan este lugar no fueron a la  mentada cita.

Siempre se ha dicho que los bolivianos no leemos mucho –allí están las estadísticas–, y a lo mejor hay algo de razón en ello, se dice también que el interés por estas ferias en Cochabamba se torna débil a la hora de la hora y seguramente  tienen razón. Se comenta que los precios de los libros son elevados y todo el que va quisiera comprarse un libro por lo menos. Críticas más, críticas menos, las cosas son así, aunque no deberían ser así.

Si las personas no leen y hay una costumbre floja a la hora de hacerlo, es lamentable que una feria del libro siga esperando el que a las personas les nazca el gusto por la lectura o por el palpar un libro que todavía huele a impresión. Eso no va a pasar de la noche a la mañana, ni por una picadura del famoso mosquito de la lectura. Si eso es asín, pues entonces la feria del libro debería acercarse a las personas, bombardearles con propuestas de libros y de autores por lo menos en esos días, usar masivamente los medios de comunicación, aunque a veces parecería que los medios todo lo hacen “a medias”, y piensan que por dar diez segundos de espacio, un pequeña nota de cuatro líneas en un periódico ya hicieron su parte.

La feria del libro en esos días debería llevarse a las escuelas y no esperar la bondad (disfrazada de obligación), de algún maestro que incita a la visita de dicha feria del libro.  La feria del libro debería llevarse a los barrios y a las comunas. No basta con armar un simple puesto de venta con aspiraciones de stand y sentarse empachado en una torre de marfil.

Algunos dirán que eso cuesta y tienen razón, seguramente hablaran de los pobres apoyos del gobierno, alcaldías y de las instituciones y quizá tenga razón, pero mientras no se dé el salto hacía la innovación de la feria del libro, pues esta seguirá siendo solo para los amantes de la lectura –que son la minoría por si acaso–, para aquellos que pueden comprar los libros caros y puedan jactarse después de sus grandes colecciones y de sus tremendas bibliotecas (como si eso fuera lo importante), seguirá siendo el lugar donde los autores y escritores solo vienen los días más rimbombantes, como sabiendo que ese día hay más gente para elogiarlos por sus destacados logros, olvidándose de que abandonan a su suerte a la feria los demás días.

Por último y aunque suene ridículo, en la FEICOBOL todos los días son movidos y hasta los medios nos invaden con sus programaciones huecas desde la “feria”, y el fin de semana revienta porque en esos dos o tres días hay full pachanga. Quizás la feria del libro debería aprender algo… hacer de la feria una fiesta del libro, juntar a la música con los libros, el teatro con los libros, el cine con los libros y emitir más propuestas lúcidas.

Aún existe todavía la lógica cavernaria que dice que el gran lector es aquel personaje aburrido pero carismático, frío pero interesante, intolerante pero pacífico, cerrado pero amable, deprimente pero admirable, y con grandes y profundas ideas por expresar.  Esta imagen se traspasa a la feria del libro, por eso es que al parecer, no convoca a las grandes multitudes. Hay que inyectarle a la feria un poco más de libertad, porque al parecer todavía está prisionera de ciertas creencias que no le permiten acercarse a los demás. Los mitos han sido creados para ser destruidos, por tal es menester romper la lógica de la feria del libro, que jura que vive en una gran metrópolis pseudoeuropea y posmoderna.

Franz Huanca – Voluntariado La Troje